La esperanza de la lluvia fue en vano, porque no trajo buena suerte a Fernando Alonso. Antes de la carrera, el aguacero dejó la pista completamente mojada, y el GP de Mónaco comenzó de esa manera. Todos con ruedas intermedias y con la incógnita de saber como sería conducir en esas condiciones sin control de tracción. Entre ellos, por supuesto, estaba Fernando.
En la salida ganó dos posiciones. Una por el retraso de Kovalainen y otra adelantando a Rosberg en la misma salida. Era quinto. Pero el agua en pista era mucha, y en la vuelta 7, Fernando se salió de pista contra las defensas en la subida del Casino, y destruyó su rueda trasera derecha, teniendo que parar en boxes. Allí puso ruedas de agua, era mas veloz que los que tenía delante, pero no podía adelantar. Así fue que cuando intentó por enésima vez superar a Heidfeld, se tocó con el BMW del alemán y rompió el morro de su coche, debiendo visitar otra vez los boxes. Allí cargó gasolina y partió hacia una carrera en la que solo un milagro podía salvarle.
Al final, la lluvia no llegó otra vez. Amenazó, pero Alonso la necesitaba para recuperar y poder exprimir a fondo sus neumáticos de lluvia. Por eso, se mantuvo con ellos hasta que cuando paró por segunda vez, cambió a los de seco, por más que la pista aún estuviese húmeda. Aguantó unas vueltas difíciles, pero luego esa elección se demostró correcta. Sin embargo, ya era tarde. El terreno perdido con las ruedas de lluvia mientras la pista se iba secando había sido mucho. Recuperar era imposible. Todo había salido mal. Había apostado y había perdido. Así lo contaba después de la carrera.
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