A veces se dan partidos como este, con un equipo bien plantado, con ocasiones y nulidad goleadora. Bien lo sabe el Madrid, que ha definido bastantes situaciones como esta ante Zaragoza, Racing o Valladolid. Pero esta vez debe escocerse con la injusticia, con la lógica brutal del resultado. De nuevo tuvo a un rival en la lona, con un gol temprano y una ocasión de libro para que Raúl definiera el 0-2. Y como ya apuntó en Sevilla, el perdón fue su tumba.
De poco sirvió el partidazo de Robben, en su mejor actuación de la temporada, un vendaval por las dos bandas, un calco de aquel extremo que asombró en la Eurocopa de 2004. Asumió el papel que hasta ahora correspondía al lesionado Robinho y su segunda llegada terminó con la astuta puntera de Raúl y el balón en la red.
El gol sentó de maravilla al Real, que se apoderó del control con Gago, Guti y Diarra. El argentino desde atrás, Guti en su exilio de la derecha y Diarra acechando por sorpresa el área rival. Ahí tuvo la eliminatoria, con un gol anulado a Van Nistelrooy y un cabezazo de Raúl tras un balón templado de Robben. No suele hacerlo, pero dejó escapar la presa el capitán. Ahí la Roma entendió que había vida tras la muerte.
No necesitó su cacareada elaboración, sino que recurrió al orgullo. Al fin y al cabo se portó como un equipo italiano, con precauciones atrás y a la espera de cualquier despiste. La gente 'giallorosa', helada por la temperatura y el resultado, sacó el espíritu y creyó de verdad con las primeras carreras de Mancini.
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